Claro oscuro: la vida de una pitonisa


 Claro oscuro: la vida de una pitonisa
Por Édgar Fabián Amaya Güiza



Desde que conozco a Jessica, mi novia, ella me ha hablado de la Chífer, como ella y su mamá le dicen a Claudia, o la bruja, como también suelen referirse a ella con cariño, recordando aquellas épocas en que no solo sus lecturas eran premonitorias y escalofriadamente acertadas, también su desquiciado desorden, su vida llena de noches beodas y amantes que no siempre terminaron entre sábanas. Confieso que siempre me causó curiosidad su figura: llena de misticismo y magia, capaz de dejar a más de un escéptico con la cabeza hecha un ocho. Pero ¿Cómo no sentir curiosidad por la efigie espectral en que terminaban por conjurarse muchas de las historias que Jessica me contaba? Imposible. Siempre quise verla con mis propios ojos, no por incredulidad, sino porque sería la primera vez que conocería en persona a una pitonisa.

Imaginarme ese encuentro me inquietó durante mucho tiempo: ella me conocía más de lo que yo a ella, lo que me turbaba el ánimo sobremanera y me quitaban las ganas de pedirle una lectura de cartas. Incluso llegué a imaginar que sabía cuándo pensaba ir, cuántas veces desistiría y cuántas otras volvería a recobrar el ánimo para decidir hacerlo, de una vez por todas. Así fue que resolví pedir una lectura para mi hermano, Julián. Hacerlo me tomó tres años, como dije, tal vez, ella lo sabía. Mi renuencia no fue por temor; por el contrario, por respeto a lo fantástico y mágico que es duramente inexplicable y digerible para nuestra razón. Como quería hacer todo con calma y sentirme preparado para la ocasión, leí sobre Tarotismo, Tarología y algunos apuntes sobre cómo reconocer un charlatán.

Recuerdo el día en que la conocí en su almacén, ubicado por la carrera principal conocida como Cocos. Sobre la puerta de la entrada colgaba un letrero que decía Fhen shui, con colores rojo y amarillo, delineado con negro para que no se perdiera el  sentido de los colores dentro de la madera o, de pronto, para recordarles a todos los transeúntes que lo divisaban que la fortuna está siempre rodeada por un halo de incertidumbre, de misterio. Apenas entramos con mi novia, me atravesó un olor a sándalo (sutil, dulzón y persistente) que se combinó con todo el ambiente del local: paredes llenas de mandalas de diversos colores que representan las fuerzas que regulan el universo y que sirven como apoyo de la meditación; camisas de algodón, blancas y negras; camisetas con estampados de bandas de rock (Iron Maden y Rolling Stones) y del legendario Bob Marley; vestidos playeros, con escote en ve, en diferentes colores y con diversos estampados, para todos los gustos; mochilas arhuacas, originales y de imitación; gorros de diversos estilos; sandalias; estanterías cargadas de  inciensos, pebeteros, velas y aceite;  té de coca y marihuana, en fin, de todo artículo dispuesto para un conjuro sanatorio y expiatorio.

Ya adentro notamos que no éramos los únicos dentro del local: otra pareja preguntaba por unos vestidos. Esperamos. Tan pronto se fueron nos acercamos a Claudia, que nos saludó con amabilidad y confianza. Cuando por fin la reconocí  la imagen que me había creado de las adivinas se derrumbó: no tenía en la cabeza el pañuelo de pitonisa,  aunque el cabello era negro y un poco ondulado; en vez de falda con doble pliegue usaba un jean y portaba una blusa negra holgada y cómoda. Aunque la apariencia fuera diferente, había algo enigmático que traspasaba sus palabras, que se acentuaban con sus silencios, sus pautas, el tono de su voz; incluso su mirada, fatigada por la dureza de la vida, denotaba un sentido recóndito, un saber profundo unido a una historia oscura y perturbadora.

Pasada la salutación, Jessica y Claudia comenzaron a hablar de sus familias: Claudia le preguntó a Jessica por la mamá, que a su vez le devolvió la pregunta. No obstante, a medida que transcurría la conversación, su cariz se llenó de un carácter enigmático, contemplativo y misterioso, lo que me impulsó a soltar unos comentarios con relación al tema. Tan pronto lo hice Claudia afirma, La lectura de cartas es terapia y filosofía. No lo entendía al comienzo, ahora sí.  Afirmación que me dejó atónito (me recordaba a Jodorowsky) y, al mismo tiempo, con ganas de saber su origen, por lo que le pregunté  por el principio del principio, que inicia en su adolescencia, cuando le gustaba que le leyeran las cartas; que fue en Bogotá que se descubrió, con ayuda de libros de quiromancia, poseedora de la capacidad vidente pues en sus manos estaba grabada la Estrella de David; que fue con la práctica que dominó la quiromancia y la lectura del tarot; que fue por las ofrendas y promesas hechas a Maria Lionza, El Índio Guaicaipuro y el Negro Felipe, las tres potencias y discípulos de Satanás, que pudo llegar a tener un poder premonitorio certero y escalofriante; que por esas mismas ofrendas y promesas su vida se tornó caótica, su casa y su almacén se llenaron de presencias extrañas que les perturbaban el sueño a ella y  a su hijo menor, que comenzó a  ver rostros y figuras horribles que caminaban por el techo; en fin, que terminó siendo un médium para la anarquía de su propia vida y de todo lo que pertenecía a ella.

Mientras nos comenta todo esto, se levanta de la silla y va hasta la mesa del computador donde está el hijo menor, que la llama para que le ayude a entrar a un juego. Después de hacerlo le da un beso de ternura como afirmando el sello que lo protege y los une a ambos. Regresa sonriendo y agrega, El cambio fue por los hijos. Todo cambio es duro. Y el de ella inició con la visita al padre Eduardo, el Exorcista, en Charalá, que tan pronto le hizo una oración, que la dejó mareada y perdida, la corrió del recinto sagrado,  Para que no le manchara la pureza del lugar, comenta sonriente, dejándola en manos de María auxiliadora.

A partir de ahí comencé a entender cosas, dice, refiriéndose a la existencia del Diablo y de Dios, figuras que considero creadas por el temor del hombre a lo desconocido. Desde ese momento, asustada y queriendo proteger a sus hijos, botó las imágenes de las tres potencias, a las que diariamente les hacía un rezo y una ofrenda. No quería perjudicar a nadie. Por eso lo hice. Y por eso dejé de leer las cartas, comenta. No obstante, y a pesar de que ella quisiera dejar de leer las cartas, volvió a leerlas, por esa debilidad que tiene el hombre hacia el inexplorado futuro, la búsqueda de la media naranja y el deseo de fortuna que caracteriza y preocupa a la gente que la seguía buscando.

 A medida que transcurre la conversación, noto que el lugar expide un aire tranquilo gracias a las velas blancas, amarillas y verdes que alimentan la espiritualidad, a la que ella suele aludir como complemento del pensamiento y motor de la tranquila. En eso el hijo, la vuelve a llamar, ella se levanta parsimoniosamente y se le acerca. Mientras, advierto que al fondo del cuarto hay una estantería llena de libros y, como buen bibliófilo, me acerco a inspeccionarla. Claudia lo nota y dice que a partir de ese momento comenzó a leer más libros que hablaran sobre la mente, lo psíquico, la astrología (los signos), la personalidad, lo proxémico, los ojos y lo kinésico; quería entender más al hombre que es más que una palma y unas líneas. Agrego que es un libro de difícil lectura, lo que la impulsa a aseverar que El Tarot, al profundizar en los estados psíquicos de las personas, es un medio que permite una lectura del hombre. “La lectura del Tarot es, de alguna manera, una terapia en la que uno como lector se vuelve un psicólogo”, afirma. Nuevamente me recuerda a Alejandro Jodorowsky, que me ayudó para este encuentro,  con su Tarología, estudio inventado por él. Le pregunto si lo conoce o si ha leído algún libro de él: me da un no rotundo como respuesta.

Tras lo anterior, me entraron más ganas de conocer su transformación, por lo que le pregunté por los cambios, que iniciaron transmutándose en las amistades; en la tranquilidad de sus sueños y la de su hijo, que dejó de ver máscaras y cuerpos deformados; en el sosiego de la vida y en la bonanza del almacén. Vi muchos cambios cuando comencé por el lado bueno, sentencia. Mudanzas que le ayudaron aclarar el pensamiento y comprender que en la lectura hay involucrados sentimientos que influyen en ella; que la llevaron a identificarse con la arcano el mundo, que simboliza el cambio diario, los viajes largos, el mar y su transparencia; y que influyeron en su modo de pensar el futuro, incierto y factible, producto del presente que dejaría en sus manos nuevos círculos, cuadros y triángulos.

Se acerca el mediodía, y con él el hambre. No hay tiempo para la lectura pero hay tiempo para otra pregunta, que se ve interrumpida con la llegada de nuevos clientes al almacén, los últimos del medio día. Los clientes son rápidos, fugaces; tan pronto como entran preguntando por ropa, piercings, candongas  y bolsos salen. La Chífer va hasta la caja registradora, guarda la plata y comenta, Hay mucha gente que se deja engañar por payasos. Su comentario me deja estupefacto: le iba a preguntar por los estafadores que se hacen pasar por tarotistas. Hay mucha gente que se deja engañar por payasos, repite, y nos refiere la historia de un campesino que queriendo el amor de su vida terminó perdiendo doscientos mil pesos, por creyente e ingenuo.  Creyentes e ingenuos somos muchos, y esa ignorancia es la fuente de lucro para los malandrines, que a cualquiera hora puede decir que lee el tarot o que es político.

 A medida que va ordenando alguna que otra prenda o accesorio en sus piernas, diciéndonos que es hora de cerrar, comenta otras historias: el encuentro con una bruja en la montaña, el hombre del Tarot de los Ángeles, la historia de una amiga que murió y la situación de su padre. Luego como queriendo dar por terminada la charla expresa, El Tarot, ante todo, resulta tan natural como respirar para quien está versado en sus mecánicas, y no requiere de adivinar, sino  de “escuchar” lo que las cartas tienen que decir. Ya tenemos hambre, desde que llegamos no nos hemos movido para nada. Nos levantamos con mi novia de nuestros asientos, nos acercamos al umbral de la puerta, cuadramos un encuentro en el bar que Claudia tiene, dos calles más allá, y nos despedimos tranquilamente de ella. Cruzando la calle Jessica me dice, Me sentí rara  en todo el rato y yo, como buen idiota y descuidado novio, le pregunto ¿Por qué no me dijiste?.

         

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